Según consta de las comunicaciones enviadas entre G. Leibniz y Samuel Clarke (1715) estos mantuvieron discusiones sobre las teorías e hipótesis que sostenían los newtonianos respecto a Dios y a la naturaleza del espacio y tiempo.
Leibniz expresaba su angustia por el debilitamiento de la religión y la propagación del materialismo y las filosofías sin Dios en Inglaterra, donde algunas personas atribuían materialidad no sólo a las almas, sino también a Dios y sobre todo le aquejaba que Sir Newton profesara ideas tan bajas y poco valiosas sobre el poder y la sabiduría de Dios.
Samuel Clarke discípulo de Newton responde a esta acusación mediante una carta en la cual acusa a Leibniz de mantener una hipótesis absurda respecto a Dios, lo acusa de excluir del mundo la providencia y el gobierno de Dios al sostener que Dios crea un mundo perfecto que no requiere nunca más su intervención; no es posible hacer del mundo un mecanismo autosuficiente y reducir a Dios a la condición de inteligencia supramundana.
Leibniz contraatacó a estas acusaciones sosteniendo que el mundo se rige por el principio de razón suficiente y este principio aplicado a Dios implica sabiduría divina al planificar y crear el Universo, además sostenía que él nunca ha negado el continuo concurso de Dios en el universo, sino que tan solo afirmaba que el mundo es como un reloj que no precisa reparación, pues antes de crearlo, Dios lo vio y previó todo. Es tan inmensa la sabiduría de Dios que ha terminado su obra y ha hallado que es el mejor de todos los mundos posibles por ello no tiene más que hacer en él, sino tan sólo conservarlo y preservarlo en su ser. Dios es el principio de razón suficiente personificado, tan sólo produce la mayor perfección y plenitud.
Samuel Clarke responde a Leibniz analizando el principio de razón suficiente e indica que, es cierto, que nada existe sin razón suficiente, pero que el mencionado principio puede ser sencillamente la voluntad de Dios por cuanto es un ser inteligente y libre. De ser el caso que Dios no pudiese actuar nunca a menos que haya una causa predeterminada, Dios no tendría libertad de elección y simplemente actuaría por necesidad. Para los newtonianos Dios es una inteligencia que está en todas partes, en el mundo así como fuera él, en todo y por sobre todo. Dios percibe real y efectivamente las cosas en sí mismas, allí donde están, estando presente en ellas y no puramente transcendente y esa intervención en el mundo es parte de su plan eterno. Prohibir a Dios hacer tal cosa significaría excluir a Dios del gobierno del mundo.
Respecto al espacio y tiempo, Leibniz consideraba al espacio como algo real y absoluto sin cuerpos, cosa eterna, impasible e independiente de Dios, el espacio y el tiempo son entidades intramundanas que no existían antes de la creación. Aclara no confundir inmensidad con extensión y tiempo con eternidad. La inmensidad de Dios es independiente del espacio del mismo modo que la eternidad es independiente del tiempo. Estos atributos significan tan sólo que Dios estaría presente y coexistiría con todas las cosas que existiese.
Para los newtonianos, el espacio es una propiedad de Dios o mejor dicho, una consecuencia de la existencia de un ser infinito y eterno, no ligan el espacio y el tiempo con la creación, sino a Dios. El espacio es inmenso e inmutable y eterno lo mismo que la duración. Sin embargo cualquier cosa no es eterna, sino que son causadas por Dios y son consecuencias inmediatas y necesarias de su existencia, sin ellas, su eternidad y omnipresencia desaparecerían.
Estas comunicaciones se ven interrumpidas por la improvista muerte de Leibniz en 1716 pero a pesar de ello, es fácil concluir que el mundo newtoniano exige una intervención constante por parte de Dios de su dotación de energía, mientras que para Leibniz, debido a su propia perfección, elimina cualquier intervención de Dios en su movimiento perpetuo. Por ello en la última carta de Clarke a Leibniz le pregunta por qué tiene tanto empeño en excluir el gobierno real de Dios sobre el mundo y no permitir que su providencia actúe, respuesta que nunca llegó.
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