17 ago 2017

PROGRESO BIOLÓGICO.

Durante el siglo XVIII se experimentó el prestigio de la ciencia apoyado por el liberalismo económico y político, ejerciendo así un efecto inmensamente estimulante sobre todas las formas de estudio e investigación científica; los adelantos tecnológicos que resultaban de esos estudios eran esenciales para el mantenimiento del capitalismo; aunque los dogmas teológicos seguían siendo útiles para el control y la disciplina de las masas, los avances tecnológicos obligó a las autoridades teológicas a mantenerse a la defensiva. Hasta que, en 1859, Charles Darwin dio la explicación materialista del origen de las especies y destruyó la autoridad de los teólogos en el dominio de las ciencias de la vida.
Pero cabe recordar que anteriormente a Darwin ya se habían realizado estudios respecto a temas discrepantes con el génesis bíblico, promovidos por hombres de ciencia importantes como James Hutton, Georges Buffón, Charles Lyell y Jean Baptista Lamarck.
¿Pero como se explica que Darwin tuviera el éxito que no pudo conseguir  Lamarck respecto a la teoría de la evolución? Parece que una de las razones fue la fase más avanzada del capitalismo en la que Darwin tuvo la suerte de escribir. Además, en el intervalo entre Lamarck y Darwin, bajo el estímulo de los continuos avances científicos, de un modo callado se había ido fortaleciendo considerablemente una visión laica del mundo. Aunque en parte la revolución política la obligó a pasar a la clandestinidad, escondida aguardaba la primera oportunidad posible para salir a la luz y continuar la tarea que Galileo había comenzado. 
Por otro lado, Darwin se encontraba en un periodo de progreso científico y de enfrentamiento entre la teología y la ciencia sobre la edad de la tierra, que contribuyó a despejar su camino, en cambio Lamarck había tenido que luchar contra los teólogos no sólo en la cuestión de la evolución orgánica, sino también en la cuestión de la evolución geológica.
Durante la mayor parte del siglo XVIII la incipiente disciplina geológica languideció bajo la tutela de la autoridad de la Biblia. Una gran parte del esfuerzo de los estudiosos se consagró a probar que el Génesis y los estratos de la Tierra contaban una misma historia. Los fósiles de animales extintos no planteaban problema: simplemente probaban que no todas las criaturas antediluvianas habían conseguido refugiarse en el arca de Noé.
James Hutton, el fundador de la llamada escuela vulcanista, representó la primera refutación a la biblia, rechazaba la explicación de la escuela neptunista inspiradas en la narración bíblica, que sostenía que todas las rocas de la Tierra se habían precipitado de una solución marina en varios estadios bien definidos que correspondían a los estadios de la creación y que desde entonces habían ocupado su lugar fijo en los correspondientes estratos geológicos. Hutton, por su parte, eludió por completo el tema de la creación e intentó interpretar los rasgos geomorfológicos en función de los efectos acumulativos de los procesos naturales físico-químicos, tales como el calor, la presión y las varias formas de acción de la intemperie. En lo tocante a la edad de la Tierra, las implicaciones de esta interpretación de Hutton resultaban heréticas, ya que lo que hasta entonces se había atribuido a la acción de cataclismos instantáneos pasaba a presentarse como el efecto paciente de fuerzas relativamente pequeñas que actuaban a lo largo de dilatados periodos de tiempo.
Es importante señalar que las ideas de James Hutton tuvieron ya un precedente en el siglo XVIII en una serie de hipótesis más osadas, aunque geológicamente menos documentadas: Georges Buffón, inspirándose en Gottfried Leibniz, había realizado incluso una serie de experimentos con bolas de hierro calientes en un intento de fechar el origen de la Tierra. Partiendo de la suposición de que originariamente la Tierra había sido una masa fundida, Buffón trató de calcular el tiempo que habría necesitado para enfriarse hasta su temperatura actual. En su obra Épocas de la naturaleza llegó a la conclusión de que habían transcurrido como mínimo setenta y cinco mil años, pero por respeto a la narración bíblica se abstuvo deliberadamente de dar las fechas máximas.
La hipótesis de Lamarck de que la Tierra tenía varios miles de millones de años de existencia fue recibida todavía con más desprecio que su idea de que los hombres descendían de los peces. El propio Lamarck consideraba que el principal obstáculo que se oponía a la aceptación de su idea de una evolución orgánica era la resistencia con que tropezaba la cronología larga. Los defensores de la cronología bíblica recurrieron a la doctrina del catástrofismo, con su serie de destrucciones milagrosas y de creaciones, a fin de salvar la historia bíblica. Sólo a partir de 1820, la exigencia de los vulcanistas de una ampliación de la cronología comenzó a ser considerada respetable por los geólogos. Pero incluso entonces la geología continuó manteniéndose en una postura extremadamente conservadora ante la versión mosaica del origen del hombre.
Fue en este contexto histórico y con la ayuda de las investigaciones realizadas por sus antecesores que surgen en el plano científico Herbert Spencer y Charles Darwin que decidieron investigar y encontrar las leyes universales del desarrollo y comprobar que la naturaleza humana era producto de la evolución biológica, planteando la ideología del progreso a través de la lucha.

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