Tenemos la propensión de creer que Dios ha creado todo para el hombre y, recíprocamente, que el hombre sólo está hecho para Dios y es desde ahí que generación tras generación nuestras costumbres y opiniones ha formado ideas sobre el bien y el mal, el mérito y el demérito, la alabanza y la humillación, el pecado y la virtud, la belleza y la deformidad y de todas las cosas de ese tipo. En general, lo que el hombre siempre ha buscado es lo útil y beneficioso y así hemos llegado a la conclusión de que Dios y la naturaleza piensan del mismo modo que el hombre y atribuímos todo lo malo como las calamidades naturales que perturban la tranquilidad del hombre (terremotos, huracanes, enfermedades, hambre) a la ira celestial, se cree que la divinidad anda irritada por las ofensas de los hombres (yo pregunto, pero por qué si esas calamidades son castigos divinos, por qué han sido siempre comunes tanto a los hombres buenos y a los malos). Es que es más fácil permanecer en la ignorancia natural que abolir un prejuicio recibido de hace tantos siglos atrás o terminamos por aceptar que Dios es tan divino que nuestra razón no llega a entender su comportamiento.
En la antigüedad esta incomprensión de la naturaleza llevó a formar la idea de Dioses, aprendieron a rendirle cultos y rituales a las divinidades y posteriormente crearon la religión y es así que aparecen hombres con autoridad y gran personalidad para autoproclamarse ante un pueblo ignorante y asustado, enviados de Dios, como Moisés, Jesucristo y posteriormente Mahoma. Nunca hubo un pueblo más ignorante que los hebreos, ni más crédulo por tanto quizá por eso no fue tan difícil para estos hombres hacer valer sus talentos, pero debemos reconocer que estos tres hombres tuvieron una gran astucia que supieron usarla ante el pueblo.
Como prueba de esto podemos recordar que apenas los discípulos de Cristo, hubieron destruido la ley mosaica para introducir la ley cristiana, los hombres, arrastrados por su ordinaria inconstancia, siguieron a un nuevo legislador que se alzó con los mismos métodos que Moisés; se autoproclamó profeta y enviado de Dios: su nombre, MAHOMA. Al principio se vio escoltado por un pueblo ignorante al que explicaba los nuevos oráculos del cielo, esos miserables seducidos por las promesas y por las fábulas del nuevo impostor, expandieron rápidamente su nombre por los pueblos aledaños y lo exaltaron hasta el punto de eclipsar a sus predecesores.
Mahoma no era un hombre con grandes capacidades, no era excelso ni en política ni en filosofía, ignoraba los saberes normales, no sabía ni leer ni escribir, pero tenía un gran talento detrás de él que le ayudó a ascender dentro del pueblo y ser reconocido como enviado de Dios. Así se hizo grande Mahoma, y fue más afortunado que Jesús puesto que vio antes de morir el progreso de su ley, algo que el hijo de María no pudo hacer. Fue también más afortunado que Moisés que, por un exceso de ambición, se arrojó el mismo a un precipicio para acabar sus días.
Mahoma murió en paz y con sus deseos satisfechos; además, tenía la certeza de que acomodado al genio de sus seguidores, nacidos y crecidos en la ignorancia, cosa que un hombre más hábil quizá no hubiera podido hacer.
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