12 dic 2017

LO INDEFINIDO Y ACELERADO.

Cuando Baruch Spinoza escribe su Ética la concepción aristotélica del mundo ha sido ya abandonada o está en trance de serlo. En el siglo XVII en el que escribe Spinoza el deseo está abandonando ya esa posición inferior y negativa que tenía en el universo aristotélico, entre otras razones porque en la representación de los europeos de su época no hay ya un mundo inferior o superior y los movimientos sublunar y supralunar aristotélicos se han convertido en un único movimiento.



Dos siglos antes Copérnico había puesto en duda la cosmología que el cristianismo medieval había heredado de Aristóteles, y había desplazado a la tierra del centro del universo pero también había puesto las bases para disolver esa jerarquía de los movimientos que permitía ordenar el deseo en función de un movimiento perfecto y circular y en último término de una instancia final inmóvil (dios). Desplazada la tierra del centro, perdido el ideal de perfección del círculo, el movimiento se liberaba y con él la visión del espacio mismo. El universo dejaba de verse como esa esfera de esferas, cerrada y perfecta y la idea misma de la infinitud, atribuida hasta  entonces por la tradición cristiana al mundo sobrenatural de la divinidad, se traslada a la naturaleza misma. Eso significaba la desaparición del límite, la pérdida del ideal inmóvil, significaba la posibilidad de la expansión sin fin.

Giordano Bruno fue condenado todavía por anticiparse a defender públicamente una representación como ésa. En su libro Sobre los infinitos mundos afirmaba la existencia de un universo que se parece ya más al nuestro que al que tenían en mente los antiguos y los medievales: un mundo infinito en permanente expansión, que se aproxima a las visiones intuitivas de la física contemporánea y a la idea dominante en nuestro mundo, donde el universo se considera en expansión.
Esa idea aceptada y reflejada ya en pleno siglo XVII fue la que le costó la vida a Bruno. Desde que él la formuló de modo casi poético no ha habido avance científico que no la haya corroborado tanto desde el punto de vista de la cosmología como desde otros ámbitos, especialmente desde la física y las matemáticas.
La idea del infinito es asimilada en la modernidad en diferentes materias: como idea del progreso, como algo indefinido que manejaron los filósofos idealistas; de algún modo también en el psicoanálisis, cuando se asevera que el deseo nunca puede encontrar una satisfacción; en economía, cuando se dice que el crecimiento económico no puede detenerse, y aunque no se corresponden exactamente con el infinito matemático y físico, poseen una considerable  afinidad  con  él  y  son  las  que  enmarcan  la  mayor  parte  de  nuestras representaciones cotidianas sobre las cosas.
En la modernidad la naturaleza es sólo un dato, pero ha dejado de ser un principio regulativo y limitador. No hay ya tal cosa, sino crecimiento y aceleración, este universo  tiene  su  premisa  en  el  crecimiento  indefinido  que  podemos  llamar  lo  infinito  de modo  intuitivo.  El  progreso  no  necesita  ya  ser  proclamado,  ni  siquiera  es  ya  un  objetivo, porque  es  nuestro  modo  de  ser.  

Lo cierto es que Spinoza dilucidaba ya un universo mental, un mapa conceptual dominante en el que se había ausentado esa idea de la naturaleza como límite interno dominante, la potencia como principio explicativo era una forma de expresar ese principio dominante con tendencia a la expansión. La naturaleza como principio interior a desaparecido y se ha convertido en simple recurso al que nos dirigimos para agotarlo en función de nuestro deseo interminable e incesante.

5 dic 2017

FALSEANDO EL UNIVERSO.

La crítica más original a la razón humana en su uso especulativo lo hizo Friedrich Heinrich Jacobi al sostener que el hombre al verse inclinado a la investigación del mundo que lo rodea, ante la diversidad e inconstancia de los fenómenos de la naturaleza ha buscado siempre lo permanente, para ello procedió a contrastar los testimonios acerca de las cosas que cada uno de los sentidos aportaba, con el objeto mismo. 

Sin embargo, señala Jacobi, los seres humanos tuvieron que aceptar que únicamente podía atribuirse al objeto aquello que todos los sentidos podían conocer de él. El entendimiento humano se quedó, entonces, con unas pocas nociones: existencia y coexistencia, acción y reacción, espacio y movimiento, conciencia y pensamiento. Sólo estos conceptos podían ser legítimamente atribuidos a los objetos, liberados así de todas las cualidades ocultas. 
Con esto, indica Jacobi, la necesidad especulativa de los seres humanos debería haberse dado por satisfecha. Sin embargo, el ser humano no podía contentarse con ello. La pluralidad y la riqueza de las percepciones, la posibilidad de compararlas entre sí, generan “la necesidad de la abstracción y el lenguaje”. Según Jacobi, la razón abstrae los aspectos comunes de las diferentes percepciones, forma conceptos generales, que se conectan con ciertos sonidos y constituyen el lenguaje. De este modo surge un mundo racional, en el que signos y palabras ocupan el lugar de las sustancias y las fuerzas, afirma. 
Este mundo de la razón, es el resultado de esa necesidad natural de conocer la naturaleza que experimentan todos los seres sensibles. Es el principio mismo de la vida, la necesidad de conservar su propia existencia, lo que lleva a los hombres a la investigación de la naturaleza, a la formación de conceptos abstractos y a la producción de un lenguaje que les permita referirse a esos conceptos generales, ampliarlos y combinarlos entre sí. Ahora bien, el problema es que este proceso pone en evidencia que lo que la razón efectivamente conoce no son los objetos mismos, sino los conceptos que ella misma forma mediante un proceso de des-cualificación a partir de su experiencia sensible sumamente diversa. 
La conclusión de Jacobi es que “nos apropiamos del universo a la vez que lo desgarramos y creamos un mundo de imágenes, ideas y palabras, adecuado a nuestras facultades, totalmente diferente del real y verdadero”. Intentando  aprehender  lo  real  mediante  su  razón especulativa, el hombre fabrica una realidad artificial que pone en lugar de aquella realidad verdadera. El mundo es reemplazado por imágenes, palabras e ideas que, conectadas entre sí, perfectamente acomodadas las unas a las otras, también conforman un mundo, aunque muy alejado del efectivamente real. Conocer es desgarrar la realidad, pues el proceso de conocimiento racional, en vez de acceder a los objetos, produce otra realidad, ésta sí, a la medida de sus propias habilidades. La razón, incluso la más cultivada, no conoce sino poniendo diferencias y volviendo a quitarlas, realizando abstracción de algunos aspectos y conservando otros; sus operaciones no van más allá del ser consciente, reconocer y concebir.
Esta razón se revela, pues, no como una facultad de captar la realidad, sino como una facultad activa que produce la realidad, otra realidad que reemplaza la verdadera, una realidad completamente racional. Lo que los seres humanos producen de esta manera, lo comprenden en la medida en que es su creación; lo que no se deja crear de esta manera, no lo comprenden, sostiene Jacobi. El entendimiento no va más allá de lo que ha producido.

Así pues, explicar el universo racionalmente se revela como una tarea imposible. La condición de posibilidad de la existencia de un mundo, su causa, su fundamento, no puede ser conocido por la razón humana, pues éste se encuentra más allá de sus conceptos, más allá de la conexión entre seres condicionados, más allá de la naturaleza. Buscar explicar la causa de la naturaleza equivale a querer transformar lo sobrenatural en natural o lo natural en sobrenatural. Nuevamente, el juicio de Jacobi es terminante: la razón podrá conocer, concebir, juzgar, conectar cosas de la naturaleza, pero la naturaleza completa no revela al entendimiento que la investiga más que lo que ella misma contiene, esto es, una multiplicidad de seres existentes, modificaciones, juegos de formas. Jamás le mostrará un comienzo verdadero, jamás un principio real de algún ser objetivamente existente. 










30 nov 2017

EXTRAORDINARIO ESPÍRITU GRIEGO.

Toda religión busca una explicación del universo, pretende ser la verdad, la única verdad y así apoderarse del hombre entero como dueña de toda su vida espiritual, pero una excepción a este tipo de religión se dio con los griegos, pues ningún otro pueblo manifestó un gran equilibrio entre la fantasía y el entendimiento; en ellos no hay creación desde la nada, simplemente transición a partir del caos hacía un orden universal del cosmos y por ello entre los hombres y sus dioses no existe ningún abismo insuperable y no existe más revelación que la naturaleza.
El gran Homero podría ser considerado el fundador de la "religión Griega", conjuntamente con Hesíodo, pero no llegaron a tanto por cuanto ambos solo fueron quienes pusieron orden en la fabulosa multiplicidad de las divinidades religiosas y de los usos religiosos en la antigua Grecia.

Homero no inventó Dioses pero sus obras están sumergidas absolutamente en su creencia nacional, los uso para sus fines poéticos y para su aristocrático público; ya que la religión de los dioses olímpicos fue religión de la nobleza jónica y por tanto Zeus y demás dioses eran representaciones palpables de la monarquía arcaica. Homero tenía una aspiración, dotar a los dioses del olimpo de orden y dotar a toda esa pluralidad de divinidades de una unidad, por ello en su obra nos habla de la MOIRA (destino) que la sitúa por encima de Zeus y representa la inviolable ley del mundo a la que tiene que someterse incluso el dios supremo, ahí es donde encontramos el primer elemento racional a la "religión griega"
En el tiempo en que se origina los poemas homéricos (900 y 700 a.c.) los griegos ya habían superado la fase primitiva de la religión, esto es, el fetichismo, la magia  y el totemismo así mismo ya no se veneraban a las divinidades subterráneas, habían sido desterradas al Hades incluso el culto a las almas y muertos ya no eran cotidianos. 


En la religión Homérica ya no hay temor a los dioses, el hombre homérico se yergue libre y enhiesto frente a sus dioses, no hay miedo a los fantasmas y a la muerte. Esta rotunda separación entre el mundo de los vivos y de los muertos está conectado con una modificación en las costumbres funerarias, esto es, la sustitución de la inhumación por la incineración. La muerte es considerada como un fenómeno natural al igual que el sueño.
El hombre homérico esta consciente de que la única vida real es la vida en la tierra a pesar de que esto represente un gran problema precisamente porque la vida es tan hermosa pero es lamentable su brevedad, la vida es fugaz y esto disminuye su valor, la vida esconde mucha desgracia para el hombre que la experimenta conscientemente y por ello es el que más sufre: "de todo lo que se agita y respira en la tierra, no hay ser más digno de lástima que el hombre"
Pero ¿de dónde vienen los males? el hombre heleno no conoce a ningún satanás y por ello atribuye el bien y el mal a los dioses. Aunque en la Odisea Homero manifiesta una vacilación y atribuye la causa del mal a la misma voluntad del hombre, admitiendo así la posibilidad de que la acción humana discrepe con el propio destino y con la voluntad de los dioses. 
Tenemos aquí el primer intento de una teodicea; es decir, una justificación de la divinidad ante el mal y lo malo que efectivamente se da en el mundo. Esta tendencia nos lleva al terreno de la ética, lo que llamamos moral es para el hombre homérico un saber, el hombre homérico sabe sobre el bien y el mal, lo justo y lo injusto, lo honesto o lo deshonesto y por ello la conducta adecuada para el griego, es la prudencia.

Esta idea de dependencia del comportamiento humano respecto del conocimiento del saber (de lo que es correcto e incorrecto) es la que sirvió de base a los grandes pensadores griegos, aquel que conoce el bien, lo debe hacer, y es ahí donde radica la sabiduría. Y es así que la religión griega tradicional empieza a entrar en contradicción con una nueva corriente: la filosofía, y esta le cuestiona al mito el tema de la verdad y deja en claro que la fantasía gráfica e imaginativa del mito no coincide con la realidad.
 Aunque el modo de representación mítico religioso persiste entre la masa de la población hasta fines de la antigüedad en la clase alta culta y dominante, la filosofía se convierte en sustituto de la religión. Así mientras otros pueblos tienen santos y profetas el hombre griego tiene sabios, maestros de la sabiduría gnómica, acuñan las experiencias de la vida práctica a consejos o exhortaciones que se graban en la memoria (conócete a ti mismo; sé honesto) y así la filosofía se convierte en el arte de dominar la vida y su tarea es el dominio del mundo por el conocimiento; hasta que llega una nueva religión y la hace sucumbír ante ella: el cristianismo.











20 nov 2017

NACIDO PARA LO DEMONÍACO.

Hay quienes viven arrebatados a su mismo ser por una fuerza todopoderosa, en cierto modo extrahumana, son arrojados a un desgraciado remolino de pasión. Estas personas acaban demasiado pronto su vida, con el alma deshecha y un mortal agotamiento de los sentidos; quizás acaban locos o suicidas; suelen pasar por la vida como un rápido y brillante meteoro, extraños a su época, incomprendidos por su generación y se hunden luego en la sigilosa noche de su misión. Ignoran hacia dónde van; salen del infinito para sumergirse nuevamente en el infinito y, de paso, rozan apenas el mundo real. Los domina una fuerza superior a su propia voluntad, una fuerza nada humana, a la que se sienten encadenados. Su voluntad no cuenta: llenos de angustia, ellos mismos lo reconocen en instantes de clarividencia. Son esclavos. Son posesos, en todo el sentido de la palabra, del poder demoníaco. 
Considerado lo demoníaco como la inquietud, esencial e innata en todo ser humano, que le separa de sí y le arrastra al infinito, hacia lo elemental. Es como si la naturaleza hubiese dejado subsistir una pequeña parte del caos primitivo en cada alma y esa parte se esforzará pasionalmente en retornar al elemento de que salió: lo suprahumano, lo abstracto. Dentro de nosotros, el demonio es el fermento atormentador e inquieto, que impulsa al ser, casi siempre tranquilo, a todo lo que es peligro; exceso, éxtasis, renunciación y hasta anulación de sí.
La mayoría, el hombre medio, absorbe y agota muy pronto esa peligrosa y magnífica levadura del alma; sólo en momentos aislados, en la crisis de la pubertad o en los segundos, en que por amor o por simple instinto sexual el mundo interno entra en orgasmo, solamente entonces, reina ese misterioso poder que sale de lo íntimo, como una fuerza de gravitación fatal. El hombre prudente, limitado, destruye esa presión extraña, la cloroformiza mediante el orden. En todo hombre superior y, sobre todo, en los espíritus creadores, se agita una inquietud que los hace avanzar siempre, disconformes con su obra. Esta inquietud se encuentra en todo corazón elevado que se atormenta; es como un espíritu convulso que se expande en el propio ser como una aspiración hacia el cosmos.
Todo lo que nos eleva por sobre nosotros mismos y por sobre nuestros intereses personales y, llenos de inquietud, nos lleva a peligrosos interrogantes, debemos agradecer a esta cuota demoníaca que todos tenemos en lo más íntimo. Más ese demonio interior que nos eleva, es una fuerza favorable, si logramos dominarlo; el peligro comienza cuando la tensión desarrollada se convierte en hipertensión, en exaltación, es decir, cuando el espíritu se vuelca en el torbellino volcánico del demonio, porque ese demonio no logra su elemento cabal que es la inmensidad, sino destruyendo todo lo que tiene límites, todo lo terrenal y finito, y el cuerpo que lo encierra, se ensancha un instante, pero acaba por estallar a causa de la presión interior.
Es así como se apodera de los que no saben domarlo a tiempo y llena en primer lugar a las naturalezas demoníacas de inquietud terrible y luego, con sus manos todopoderosas, les quita la voluntad y así, arrastrados como nave sin timón, se precipitan contra los escollos de la fatalidad. La inquietud es siempre el primer síntoma de esa fuerza demoníaca: inquietud en la sangre, en los nervios, en el espíritu. En torno del poseso ruge siempre un viento peligroso de tempestad y sobre él se cierne un cielo siniestro, tormentoso, trágico, fatal.
Todos los espíritus rebeldes caen indefectiblemente en el combate con su demonio y ese combate es siempre épico, ardiente y magnífico. Muchos sucumben en esos abrazos de fuego; se entregan a esa fuerza poderosa y se dejan permear, dichosamente, para ser inundados con el licor que fecunda. Otros lo dominan con su voluntad viril y a menudo el abrazo de esta amorosa lucha dura toda una vida. Pues bien, en el rebelde esta lucha heroica y valiente aparece visiblemente en él y en su comportamiento; en lo que crea, vive y palpita, llena de cálido aliento, la sensual vibración de esa noche de bodas espiritual con el eterno seductor.
Únicamente quien crea algo, puede trasladar su lucha demoníaca, desde los tenebrosos pliegues del sentimiento a la luz del día, al idioma. Más es en los que caen en esta lucha, donde podemos ver más claros los rasgos de pasión de la misma y, sobre todo, en el tipo del poeta arrebatado por el demonio; pues cuando el demonio domina, amo y señor, en el alma de un poeta, se alza como llamarada un arte característico: hecho de embriaguez, de exaltación, de creación afiebrada; arte espasmódico que arrolla el alma; arte explosivo, inquieto, de orgía y ebriedad, el sagrado frenesí que los griegos denominaron manía y que existe solamente en lo profético.
El primer distintivo de este arte es lo ilimitado, lo superlativo; deseo de superación e ímpetu hacia la inmensidad, que es la meta del demonio, porque allí está su elemento, el mundo de donde saliera. Hölderlin, Kleist y Nietzsche son tres Prometeos que se lanzan llenos de vehemencia contra las fronteras de la vida, la que, rebelde, destroza los moldes y en el furor del éxtasis concluye por destruirse a sí misma. En su mirada brilló la mirada del demonio, que habló por su boca. Sí, es el demonio quien habla a través de sus labios, desde su cuerpo en ruinas y su espíritu agotado.
Nunca es dado ver con más clara evidencia al demonio huésped de su ser, que si es posible atisbar a través de su espíritu destrozado por el tormento, crispado por el dolor horrible, y es por esas desgarraduras por donde se ven las tenebrosas tortuosidades en que se oculta el huésped maldito. A través de esos tres personajes se percibe de inmediato la terrible fuerza del demonio, que estuviera hasta entonces casi escondida. Y esto acontece justamente en el instante en que su alma es vencida.
No hay arte verdadero que no sea demoníaco y no tenga su nacimiento, aunque apenas como un murmullo, en lo ultraterrena. Quien lo afirmó de manera recia y rotunda fue Goethe, el enemigo más representativo de la fuerza demoníaca, que siempre se mantuvo a la defensa contra esa fuerza. No existe arte verdadero sin la inspiración y ésta llega imponderablemente del misterio del más allá y se halla por sobre nuestro saber, espíritu arrastrado o impulsado fuera de sí por su propio exceso, fuerza demoníaca, magnífico poder de creación, ignora una dirección determinada y sólo mira al infinito o al caos de donde viene. 

Aquél que cae en las garras firmes del demonio, está arrancado a la realidad. Ninguno de ellos tiene mujer o hijos, ninguno tiene hogar o bienes; ninguno posee un medio de vida fijo, una profesión o un empleo. Nómadas por naturaleza, vagabundos eternos, ajenos a todo, raros y vilipendiados, su existencia es por entero anónima. Nada poseen sobre la tierra. En ningún sitio echan raíces; el amor no puede atarlos con vínculos duraderos: así acontece con los que hallaron como compañero de su vida al demonio. Frágiles son sus amistades, inestables sus situaciones, poco remunerador su trabajo: se encuentran en el vacío, que les rodea por doquiera. Su existencia se parece un poco a un meteoro, a una estrella errátil que cae eternamente.

11 nov 2017

GUERRA DE SEXOS.

Según el Darwinismo la diferencia sexual entre las especies es un rasgo fundamental para la evolución. Es un hecho biológico que la gran mayoría de las especies de la Tierra se reproducen sexualmente, y esta forma de reproducción se viene haciendo desde hace más de 1.000 millones de años. Está claro que el sexo debe ofrecer alguna ventaja evolutiva que compense con creces su costo. Aunque todavía no sepamos con certeza cuál es esa ventaja. Otra respuesta que buscan los biólogos es saber ¿por qué hay sólo dos sexos (y no tres o más) que tengan que combinar sus genes para producir descendencia?; ¿Por qué los dos sexos tienen un número desigual de gametos de diferente tamaño? (los machos producen un montón de espermatozoides mientras que las hembras producen un número menor de óvulos de mayor tamaño). 
Un macho produce grandes cantidades de espermatozoides, y por lo tanto en principio podría ser el padre de un gran número de descendientes, limitado únicamente por el número de hembras que pueda atraer y por la capacidad competitiva de sus espermatozoides. Para las hembras, en cambio, las cosas son distintas. Los óvulos son costosos y están en número limitado, y si una hembra se aparea muchas veces en un corto periodo de tiempo, es poco (o nada) lo que hace para aumentar el número de descendientes. Una demostración muy vistosa de esta diferencia se puede ver en el número récord de hijos de un hombre o de una mujer. Según El Libro Guinness de los récords, el número mayor de hijos de una mujer es de 69 y lo ostenta una campesina rusa del siglo xix que en los veintisiete embarazos que tuvo entre 1725 y 1745, alumbró mellizos dieciséis veces, trillizos siete veces y cuatrillizos cuatro veces. (Presuntamente tenía alguna predisposición fisiológica o genética a los embarazos múltiples.) Uno compadece a esta esforzada mujer, pero su récord es superado en mucho por el récord de un hombre, un tal Muley Ismael (1646-1727), emperador de Marruecos. Ismail fue padre, según nos dice el Guinness, de 342 hijas y 525 hijos.

La diferencia evolutiva entre machos y hembras es una cuestión de inversión diferencial: inversión en huevos caros frente a espermatozoides baratos, inversión en la gestación (cuando las hembras retienen y nutren los huevos fecundados), e inversión en el cuidado parental en las muchas especies en las que la hembra es la única que cría a los jóvenes. Para los machos, aparearse es barato; para las hembras es caro. Para los machos, el apareamiento sólo cuesta una pequeña dosis de esperma; para las hembras, cuesta mucho más: la producción de óvulos grandes y ricos en nutrientes y, con frecuencia, un enorme gasto de tiempo y energía. En más del 90 por ciento de las especies de mamíferos, la única inversión del macho en la descendencia es el esperma, pues son las hembras las que proporcionan el cuidado parental.
Esta asimetría entre machos y hembras en el número potencial de apareamientos y descendientes conduce a conflictos de intereses en el momento de escoger una pareja.
Los machos tienen poco que perder apareándose con una hembra por debajo de la media por ejemplo, una que sea débil o esté enferma) porque no les cuesta cada nada aparearse otra vez, y así las veces que haga falta. Por tanto, la selección favorecerá los genes que hagan machos promiscuos que intentan aparearse con todas las hembras que puedan.

Las hembras son distintas. A causa de su mayor inversión en huevos y descendientes, su mejor táctica consiste en ser exigentes en lugar de promiscuas. Las hembras tienen que conseguir que cada oportunidad cuente eligiendo al mejor padre posible para fecundar su limitado número de huevos. Por eso tienen que inspeccionar- muy de cerca a sus pretendientes.
El resultado de todo esto es que, por lo general, los machos tienen que competir por las hembras. Los machos deberían ser promiscuos, las hembras recatadas. La vida de un macho debería ser de conflicto constante con sus iguales, siempre compitiendo con los otros machos por las parejas. Los buenos machos, más atractivos o más vigorosos, se llevarán siempre un gran número de parejas (presuntamente serán preferidos también por más hembras), mientras que los inferiores se quedarán sin aparearse. Casi todas las hembras, en cambio, acabarán por encontrar pareja. Como todos los machos compiten por ellas, su distribución de éxito de apareamiento será más uniforme.

La diferencia entre machos y hembras en el número potencial de descendientes impulsa la evolución tanto de la competencia entre machos como de la elección por las hembras. Los machos tienen que competir para fecundar un número limitado de huevos. Por eso vemos la competencia directa entre machos para dejar sus genes a la siguiente generación. Y esa es también la razón de que los machos sean vistosos, vigorosos y atractivos, de que realicen exhibiciones, o emitan canciones de apareamiento. 


Naturalmente, hay excepciones. Algunas especies son monógamas, y tanto el macho como la hembra realizan los cuidados parentales. La evolución puede favorecer la monogamia si los machos tienen más descendientes ayudando a cuidar a las crías que si abandonan a su descendencia para buscar otras parejas. En muchas aves, por ejemplo, se necesitan los dos progenitores a tiempo completos: cuando uno sale a aprovisionarse, el otro incuba los huevos. Pero las especies monógamas no son muy comunes en la naturaleza. Solo un 2 por ciento de todas las especies de mamíferos, por ejemplo, sigue este sistema de apareamiento.

3 nov 2017

¿BESTIALIDAD O DELIBERACIÓN?

Dos grandes e importantes movimientos filosóficos culturales fueron La Ilustración (movimiento cultural que se originó en Inglaterra a mediados del Siglo XVIII) y El Romanticismo (que nació en Alemania para contrarrestar a la Ilustración a finales del Siglo XVIII). Ambos movimientos tuvieron una forma peculiar en el modo global de ver el mundo y precísamente esto, los enfrenta radicalmente.

* Un primer tema contradictorio entre ambas corrientes es el correspondiente a la vinculación del hombre y la naturaleza. Es muy conocido que para la Ilustración, la razón es valorada como la facultad humana que escinde radicalmente al hombre de la naturaleza y que evita la sujeción a los instintos que domina en el mundo animal. Solo la razón hace posible la libertad  y una finalidad estrictamente humana en la historia, rompiendo con el determinismo de las leyes físico naturales. Por el contrario, para el Romanticismo, la naturalidad del hombre y de su razón permiten pensar la especie humana en estricta continuidad con una misma legalidad natural que todo lo gobierna, no escinde lo humano de lo natural. La Ilustración privilegia como objetivo de su estudio lo humano y lo racional a diferencia de los Románticos postula el monismo y el estudio de lo humano y naturaleza.
* Una segunda disputa entre Ilustración y Romanticismo se da en el campo político social, la Ilustración define a las relaciones sociales desde una perspectiva jurídica y considera al Estado como una construcción que necesariamente ha de romper con el estado de naturaleza ya que presuponen el privilegio de lo racional por encima de lo natural, sentimental e intuitivo. El liberalismo individualista interpreta a la sociedad como una agrupación voluntaria de los hombres a partir del cálculo racional maximizador de sus intereses y el Estado se produce y es impulsado básicamente por la necesidad evaluada racionalmente para evitar los inconvenientes el estado de naturaleza. 
El Romanticismo en cambio, define las relaciones sociales a partir de las relaciones naturales, biológicas, lingüísticas y de sangre, privilegian al pueblo por encima del Estado y de toda organización jurídica. Una sociedad sana es aquella donde prima una lengua natural y una tradición de vida en común.
Es un esquema de sociedad bajo la visión de la Ilustración, el Derecho viene a ser la expresión privilegiada de toda la complejidad social y sólo a través de su perfeccionamiento y racionalización se pueden evitar los terribles conflictos sociales.

La concepción ilustrada de la Naturaleza no incluye la historicidad como una de sus características, por cuanto la Naturaleza carece de dinamicidad, le otorgan una concepción sustancial, quieta, sin cambio sin auténtico movimiento, fosilizada eternamente, sin evolución y desarrollo en el tiempo. La Naturaleza es constante, permanente y regular. Aceptan que dentro de ella existe el movimiento, pues los fenómenos y las cosas cambian pero la naturaleza misma no cambia, no evoluciona, no está marcada por la historicidad. Así las leyes físicas y biológicas son eternas y constantes, no evolucionan por ello se dice que la Naturaleza Ilustrada está marcada por el llamado "eterno retorno de lo mismo".
La Ilustración introduce en la historia un desarrollo ideológico en función de la idea de progreso, pero que afecta exclusivamente al mundo humano, al ámbito de las instituciones político culturales. Solo la humanidad escapa del eterno retorno y se abre a la perspectiva de la idea de progreso. Es así que la humanidad rompe con el determinismo y se abre a un proceso de evolución y esto sirve básicamente para impulsar a la humanidad a desarrollar plenamente su capacidad de racionalidad, ilustración y libertad rompiendo con su animalidad más instintiva y corporal, debiendo controlar racionalmente lo sentimental, pasional y emotivo, eso es progreso ilustrado. 
Los Románticos defienden el desarrollo natural y espontáneo de la Naturaleza. El mismo Dios de la Naturaleza es el que rige la historia. La Naturaleza es viva que se transforma a sí misma desde el estado inerte al estado vivo y se perpetúa a sí misma en la historia. Hay historia porque la naturaleza es dinámica y, por tanto, el progreso atraviesa e incluye toda la Naturaleza.
                                                                                                                                 
 Immanuel Kant y Johann Gottfried Herder son representantes de La Ilustración y del Romanticismo respectivamente, a fin de ejemplificar las posiciones anteriores podemos decir que para Kant el progreso político es necesario y condición sine qua non del progreso moral. La moralidad no es un impulso natural es el resultado del influjo de la razón liberada de los instintos. Kant considera mucho más extendido en la humanidad el instinto individualista del egoísmo contra el cual lucha la razón tanto por interés como por sus imperativos morales. La razón debe dominar el instinto egoísta con la ayuda externa de una práctica continuada de moralidad pública, justicia, sociabilidad y razón.

Para Herder la política y las instituciones son añadidos artificiales a la moralidad espontánea y natural en la humanidad. Herder desconfía de la educación y moralización "artificial" que se da en la sociedad. Confía en las personas y en sus relaciones espontáneas dotadas por una fuerza de perfeccionamiento que la Naturaleza o Dios ha dotado a las personas y considera que si hay progreso moral en la historia es porque también lo hay en el conjunto de la Naturaleza.












1 nov 2017

LA LÓGICA DE RUSSELL.

Para Bertrand Russell la razón es la única forma válida de abordar la realidad, porque la razón progresa por medio de demostración lógica y llega a certezas y, es la ciencia la que debe aplicarla en su procedimiento a fin de ofrecer un conocimiento fiable del mundo.
La física es la ciencia encargada de explicar racionalmente la naturaleza y lo hace apoyándose en las matemáticas. Pero surgen aquí las preguntas que se hace Russell ¿las matemáticas en qué se apoyan? en axiomas, es decir, en principios indemostrables que adoptamos como verdaderos; y a partir de ellos podemos deducir otras verdades. Pero, entonces, ¿qué tiene finalmente de racional la matemática si necesita postulados que no somete a la demostración lógica? De esta forma Russell había dado con el problema fundamental del conocimiento racional: el problema de su propia fundamentación. 

 Mientras estudiaba matemáticas en Cambridge buscaba encontrar en ella el fundamento de la verdad, pero, las matemáticas no eran del todo lógicas, porque contenían afirmaciones no demostradas. Entonces ¿qué saber se pregunta por la naturaleza de la verdad, de la verdad matemática o de cualquier otro tipo? creyó encontrar la respuesta en la Filosofía.
Pero de nuevo encuentra dudas: los filósofos se contradicen entre sí, existen demasiadas teorías para un mismo problema: los platónicos, los aristotélicos, los cartesianos, los empiristas etc.
Russell intentaba encontrar un lenguaje lógicamente preciso, un similar al Euclides de la filosofía y, en esa búsqueda, halla a Leibniz, el gran filósofo y matemático racionalista alemán, quien creía haber dado con un cálculo lógico que le permitiría clarificar todo el saber. Leibniz nos ofrece una lista de principios (principio de identidad, principio de razón suficiente, principio de no contradicción, etc) a partir de los cuales - en opinión de Leibniz - cabría pensar con propiedad. Es en ese momento es que Russell encontró su verdadero camino: la lógica. 
La obsesión de Russell no era dar con la verdad sino hallar el fundamento de lo verdadero, buscaba encontrar el camino seguro que nos conduzca a la verdad y este debe surgir de la certeza y de la seguridad, y ese camino para Russell es la Lógica.
La Filosofía de Russell encuadra en el contexto histórico y filosófico de la llamada filosofía analítica cuya característica principal fue el "giro lingüístico" es decir, el centro de la reflexión filosófica es el lenguaje, el lenguaje lógico, porque el objetivo de la filosofía es la clarificación lógica de los pensamientos. 

La lógica es el lenguaje del mundo, en la medida en que los hechos, que son los que componen el mundo, son referidos en las proposiciones lógicas y estas son elaboradas por nuestros pensamientos, es decir, nuestro lenguaje puede ser estructurado lógicamente y así elaborar conjunto de reglas y leyes fundamentales para todo razonamiento y no caer en absurdos. En consecuencia, la filosofía viene a ser una actividad descriptiva, no transforma la realidad, solo analiza nuestra forma de hablar del mundo.



Entre los autores más significativos de la filosofía analítica cabe citar, además de Russell a Wittgenstein, Frege, Carnap y Popper. 

31 oct 2017

EL INTENTO DE RACIONALIZAR EL MAL.

Para Leibniz merecía el nombre de «teodicea» todo intento de explicar racionalmente la existencia del mal en el mundo y justificar la bondad de Dios al permitirlo. Sin embargo, una vez rechazada la presencia continua y milagrosa de la divinidad en el mundo, llena de amor paternal pero también castigadora, la justificación del mal es mucho más problemática. Sin la dialéctica personal de dos subjetividades interrelacionandose como creador y criatura los acontecimientos históricos ya no pueden ser vistos -como era paradigmático del judaísmo- como premios o castigos divinos a su pueblo, según éste respetase o no las leyes divinas. 

Independizandose de la teología, la cuestión del mal en la historia deviene en un problema genuinamente filosófico y estrechamente vinculado con la filosofía de la historia. En el campo de la filosofía de la historia, el problema más básico vinculado con la teodicea es la justificación de la infelicidad humana, de las penurias y desgracias que el género humano soporta. Ya hemos visto que es una necesidad intrínseca de las filosofías especulativas de la historia justificarlas, argumentar su porqué, es decir, razonar su motivo y finalidad. Pues, si la innegable y terrible situación en que ha vivido y todavía vive la humanidad (guerras, enfermedades, dolores, sufrimientos, aflicciones de todo tipo, ausencia de libertad, pérdida de la dignidad humana, superstición, miseria, calamidades, etc.) no ha de cambiar nunca, las grandes esperanzas emancipatorias modernas carecen de sentido. 

Entonces la todopoderosa razón moderna tiene que renunciar a sus ambiciones de consolar al hombre doliente y de convertirlo en señor de su destino y volver a ceder ante la religión. Entonces pierde su sentido toda visión laica y desacralizada del hombre y de sus aspiraciones colectivas. Entonces la llamada «muerte de Dios» comporta inequívocamente también la muerte de la razón y de los sueños emancipatorios modernos. En último término, es esto lo que se juega en las filosofías especulativas de la historia y ciertamente consiguieron bloquear el nihilismo en más de un siglo. 
Ya no se trata tanto de justificar el Dios trascendente como de legitimar a «dios» que los hombres han erigido con sus ideales y su razón, es necesario mostrar el sentido racional de una historia que nunca ha sido un paraíso, sino todo lo contrario. Propiamente no es cuestión de una filosofía de la historia un hipotético estado natural feliz del hombre o el paraíso antes del pecado y la caída del hombre, pues en ambos casos se situaría en un momento previo a la historia, en la prehistoria.  Las filosofías especulativas de la historia comienza cuando se inicia el largo proceso de educación y emancipación de la humanidad, y por tanto presuponen una situación humana de alguna manera homologable con la actual. 

El Romanticismo habla de leyes naturales —universales y necesarias— que no pueden atender los intereses particulares de los individuos. La Ilustración insistirá en hablar básicamente de la naturaleza y su mecanismo «natural». Ambas corrientes coinciden en el objetivo esencial de mostrar que detrás de la aparente irracionalidad de la historia se esconde una racionalidad y un sentido global. Pero esa racionalización de los males y desgracias, no comporta en ningún caso que los individuos dejen de vivir -con toda su terribilidad- esos males y desgracias como tales. La consolación que ofrece la teodicea o las filosofías especulativas de la historia es puramente racional.














ROMA CLÁSICA.

En los últimos años del Imperio Romano era común escuchar decir entre las gentes cultas que cuando Roma cayera, el universo caería con ella.
En aquellos tiempos Occidente sufrió vastas migraciones de pueblos, mareas desmesuradas e imparables de poblaciones provenientes del mundo mediterráneo (germanos, árabes, eslavos, vikingos) pero ¿qué originó tan enormes desplazamientos? de seguro los motivos fueron varios: nuevas tierras, riquezas, motivación religiosa, etc.

Pero el resultado histórico de estas migraciones tan vastas y extendidas fue una: Roma fue destruida, perdió su unidad, se dejó paso a una pluralidad de territorios independientes que serían futuros estados europeos, las dos tradiciones que convivían en su seno se separaron: la latina y la griega. 

El imperio de Occidente roto en mil pedazos sin poder recuperarse veía a Oriente permanecer unido en torno a la brillante Constantinopla. Sin embargo Justiniano, emperador de Oriente, hizo de su vida una lucha continua por restaurar en su plenitud el Imperio de Roma, aunque esto no fue posible. Los reyes bárbaros habían erigido un poder tipo feudal que resistió todo tipo de intromisión de Oriente.


Posterior a la muerte de Justiniano aparece la figura del gran profeta Mahoma que había logrado unir tribus árabes y cohesionarlos bajo el empuje de una nueva y única religión: el Islamismo. El islam hizo de bandas de ladrones y mercaderes una comunidad de creyentes regida por una única ley: la verdad revelada por Dios y fueron concientizados para realizar su misión en la tierra, la guerra santa. 
Es así que a la muerte de Mahoma las tierras más ricas de Oriente se encontraban en manos del Islam. El mundo musulmán fue beneficiado por su ubicación territorial central, entre Oriente y Occidente, entre la India y China, Grecia y Roma, tuvo el privilegio de actuar como receptor y transmisor de los avances culturales entre ambos mundos. 
Pero tanta fastuosidad y apogeo de su cultura se daba dentro de una sociedad en la que religión y política marchaban conjuntamente, esto hace que las diferencias sociales y discrepancias internas terminen en disensiones políticas y encarnan pronto en herejías, siendo que lentamente la unidad islámica se rompe y deja paso al fanatismo.
Esta crisis política y religiosa islámica es aprovechada por Occidente en la batalla de Poitiers donde logran derrotar al ejército musulmán. 


El Reino Franco con ayuda de la Iglesia católica son la barrera de Europa contra el Islam. El papa León III corona a Carlomagno como emperador de los romanos y es a partir de allí donde se da la ruptura definitiva entre Oriente y Occidente. 


23 oct 2017

¿IDEALISMO O HISTORICISMO?

Alemania estuvo dominada completamente por el idealismo absoluto hegeliano durante mucho tiempo y con la muerte de Hegel, en el año 1831,  el pensamiento alemán comienza una revolución filosófica. El alejamiento alemán del idealismo absoluto fue en nombre de la historia que provocó una revolución general en el concepto de ciencia.
La filosofía hegeliana sostenía que la historia de la razón revelaba la razón de la historia, conectaba pensamiento y ser en una sola unidad dialéctica, en la idea o razón, esto significaba la unión en una única unidad de lo finito e infinito, del sujeto y objeto, del alma y cuerpo; tras la muerte de Hegel los conceptos de ciencia e historia sufrieron una gran transformación, se acabó con la unidad de lo histórico y lo sistemático; entonces, ¿cómo debe ser la nueva interpretación del mundo? Ser y deber volvieron a separarse y a significar cosas distintas.
Con la caída del idealismo surge el materialismo bajo nuevas observaciones y experiencias entre cuerpo y alma, comienza el periodo realista, el cual limita todo pensar al límite de la experiencia sensorial, surge en la sociedad alemana la primacía del bienestar material y económico.
En el ámbito intelectual, las universidades europeas (Oxford y Cambridge) eran universidades medievales, gobernadas por la iglesia, con estilo de vida monacal que no respetaba la libertad de enseñanza. Según la mentalidad escolástica y racionalista la verdad es algo ya establecido y aceptado por todos, para adquirirla solo hay que aprenderla. 

Fue la universidad alemana la que empieza a promover la enseñanza de la metodología de la investigación y no la enseñanza de la verdad. Separa cultura de ciencia y coloca a la ciencia en una situación libre de valores morales.
El idealismo decae pero surge la ciencia histórica, la aproximación científica a los hechos mediante el historicismo. La historia asumió el liderazgo en Alemania en el período posterior a Hegel y los fenómenos culturales se explican desde su historicidad oponiéndose al racionalismo. Con Hegel la historia estaba regida por leyes concretas como la dialéctica; con el historicismo se produce la historización del hombre: la razón no gobierna la historia universal, la historia no tiene una finalidad última, la historia no ocurre necesariamente y no existe el progreso general. 

En este ambiente intelectual y filosófico que atravesaba Alemania con la eliminación total de elementos culturales en el campo de la ciencia, cuando la ciencia deja de ser un status burgués, dejándose de lado el utilitarismo aparece una nueva ideología: el nacionalsocialismo. Cuando ya no se cree en religión pero se busca una nueva espiritualidad, es cuando el nacionalsocialismo aprovecha ese vacío y lo llena con sus teorías sobre la raza y su exaltación de lo nacional.

22 oct 2017

EL DIOS DE LA DESTRUCCIÓN.

La Biblia nos revela el carácter de ese Dios con exactitud minuciosa y cruel. Se trata claramente del retrato de un ser con quien quizá nadie desearía alternar. En el Antiguo Testamento sus actos revelan una y otra vez su naturaleza vindicativa, injusta, avarienta, despiadada y vengativa. 


Siempre castiga, castiga delitos insignificantes con una severidad mil veces superior; castiga a niños inocentes por la culpa de sus padres; castiga a poblaciones indefensas por las culpas de sus gobernantes; y llega a rebajarse y desencadenar venganzas sangrientas sobre terneras y ovejas y cabras y bueyes inocuos, castigándolos por las transgresiones de poca monta de sus propietarios. En comparación, Nerón es un ángel de la luz y una guía. 

Todo comienza con una inexcusable traición. A Adán se le prohíbe el fruto de cierto árbol, informándole solemnemente que si desobedece morirá.  ¿Cómo es posible haber pensado impresionar a Adán de ese modo? De hombre, Adán sólo tenía la estatura: por sus conocimientos y experiencia, en nada superaba a un bebé de dos años; no podía tener ni idea del significado de la palabra «muerto»; no había oído decir nunca que algo estuviera muerto. La palabra no podía querer decir nada para él.  Y bien,  eso es precisamente lo que ocurrió. 

Se decretó que todos los descendientes de Adán, hasta el último día, pagarían por las transgresiones a esa ley. Durante miles y miles de años su descendencia, individuo por individuo, ha sido presa de caza, acosada por mil calamidades en castigo por esa fechoría juvenil que, grandilocuentemente, se llama el Pecado de Adán. 


Y a lo largo de ese vasto lapso no han escaseado rabinos, ni papas, ni obispos, ni curas, ni párrocos, ni esclavos laicos para aplaudir la infamia, sostener su justicia y rectitud intachables y alabar a su Autor en términos tan grosera y extravagantemente aduladores.
La Iglesia desfachatadamente sostiene que Dios es fuente de toda misericordia, pero sabemos perfectamente que no hay un solo caso auténtico en la historia en que Él haya mostrado esa virtud. Decimos que es fuente de toda moral, pero sabemos por su historia y por su conducta diaria, tal como la perciben nuestros sentidos, que Él no tiene absolutamente nada que se parezca a la moral. Lo llamamos Padre, sin escarnio, pero detestaríamos y denunciaríamos a un padre terrenal que infligiera a su hijo la milésima parte de los dolores y miserias y angustias que Él dispensa a sus hijos cada día, y que ha venido dispensando cada día a lo largo de todos los siglos desde que tuvo lugar el crimen de crear a Adán.
A Dios lo dividimos en dos, hacemos bajar una mitad a un oscuro e infinitésimo rincón del mundo para que otorgue la salvación a una pequeña colonia de judíos —y sólo de judíos, de nadie más—, y dejamos la otra mitad entronizada en el cielo, mirando hacia abajo, anhelante y ansiosa esperando resultados.
Reverentemente estudiamos la historia de la mitad terrenal y, con todo aplomo, deducimos que la mitad terrenal se ha reformado, que está dotada de moral y de virtudes y que en nada se parece a la mitad malvada que mora, abandonada, en el trono. Concebimos la mitad terrenal como justa, misericordiosa, caritativa, benévola, clemente y llena de simpatía por los sufrimientos de la humanidad, y deseosa de eliminarlos. 
La mitad terrenal nos exige ser misericordiosos, y nos da el ejemplo inventándome un lago de fuego y azufre en el que todos quienes rehusamos reconocerlo y adorarlo como Dios nos consumiremos para siempre. Y no sólo nosotros, a quienes se nos fijan estas condiciones, nos consumiremos quemados si no las cumplimos, sino que sufrirán este destino atroz también los miles de millones de seres humanos que vinieron antes, aunque nunca hayan oído hablar de Él ni hayan llegado a conocer las condiciones. Semejante muestra de generosidad sólo puede ser calificada de magnífica. Nada se le aproxima, ni entre los salvajes ni entre las fieras de la selva. Se requiere de nosotros que sepamos perdonar a nuestro hermano setenta veces siete, y que nos demos por satisfechos y contentos en nuestro lecho de muerte si, al cabo de una vida piadosa, escapa nuestra alma del cuerpo antes de que el cura se precipite para proveerla de un pase mediante velas y conjuros. También este ejemplo de clemencia puede calificarse de magnífico.


Se nos dice que las dos mitades de nuestro Dios están divididas e inconexas sólo en apariencia; que en realidad las dos son una, igualmente poderosa pese a la separación. Siendo así, la mitad terrenal se satisface devolviéndole la vista a uno que otro ciego, y no a todos los ciegos; curando a uno que otro tullido, y no a todos; proveyendo una comida a cinco mil hambrientos, mientras que los millones de hambrientos siguen hambrientos. Y a todo ello, exhorta al ineficiente ser humano a curar estos males que Dios mismo le ha infligido y que Él podría hacer desaparecer con una palabra, si así lo quisiera, cumpliendo de ese modo un deber desatendido desde el principio y que seguirá desatendido por siempre jamás. Evidentemente lo consideró signo de bondad. Si lo fuera, no fue justo restringirlo a media docena de personas. Habría debido volver a la vida a todos los muertos. 
Si bien el Dios del Antiguo Testamento es un ser temible y repelente, por lo menos es coherente. Es franco y habla claro. No presume de moral o virtud alguna, más que con la boca. Nada se traduce en sus actos. Creo que es infinitamente más merecedor de respeto que su yo reformado tal como lo describe, con todo candor, el Nuevo Testamento. Nada hay en la historia —ni en toda su historia junta— que remotamente se acerque a la atrocidad de la invención del Infierno. 

Su ser Celestial, su ser del Antiguo Testamento, en comparación con su ser Terrenal reformado, es la encarnación de la dulzura y de la delicadeza y la respetabilidad. En el Cielo no reivindica el menor mérito, mientras que en la tierra reivindica todos los méritos del catálogo de méritos, íntegro, aunque no los lleva a la práctica sino de cuando en cuando, y ello con tacañería, terminando por conferirnos el Infierno, con lo que borra de un plumazo todos sus méritos ficticios, de una vez.


* Reflexiones contra la religión de Mark Twain.

LA VIDA ES UN FUGAZ MOMENTO PRESENTE, PERDIDO PARA SIEMPRE.

La obra fundamental de Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación,  escrita cuando el autor contaba veintitantos años, fue publi...