28 abr 2017

LA MÓNADA PROGRAMADA.



Si alguna vez te preguntaste ¿cómo es que las manzanas tienen el tamaño apropiado para mi boca? ¿cómo es que mi mente me ordena comerme la manzana? pues a estas preguntas G. Leibniz contestaría con su famoso "argumento del diseño"

Un tema siempre discutido y analizado en filosofía ha sido descubrir cómo interactúa la mente con el cuerpo y con los objetos que nos rodea dentro de la naturaleza y es precísamente esta característica fundamental la que nos hace seres especiales.

Al respecto encontramos muchas teorías filosóficas, entre ellas, la de Gottfried Leibniz quien afirmaba que el ser humano es una pequeña divinidad y eminentemente un universo. Para ello sostenía que en el mundo existe una pluralidad de SUSTANCIAS (el número de tales sustancias debería ser infinito) y que estas sustancias son en sí misma pero no necesita ser concebida por sí misma porque es concebida por Dios; así intentaba otorgar al ser humano la calidad de indestructible, poderoso y libre. 
A esta infinidad de sustancias la denominó mónadas y le atribuyó la calidad de inmortales, no tienen principio ni final. Dios crea las mónadas simultáneamente en una especie de destello y llevan en sí capacidad para desarrollarse de acuerdo a una serie de principios. Es decir, el futuro de una mónada está escrito en su esencia desde su creación (por ejemplo la mónada de María siempre llevará escrito tomará una taza de café).

Leibniz siguiendo estas premisas concluye en su doctrina de la armonía preestablecida: cada mónada actúa de acuerdo con sus propias leyes de desarrollo, puramente internas, ya que están diseñadas de manera que el mundo dentro del cual actúan forman una unidad perfectamente coherente y el gran diseñador es Dios.

Es así que mente y cuerpo son como un par de relojes perfectamente construidos y perfectamente sincronizados por toda la eternidad, pero no están causalmente vinculados sino que cada uno actúa por sus propias leyes. Dios interviene solamente una vez, en el momento de la creación, con un milagro original mediante el cual programa la infinita infinidad de mónadas con una precisión tan extraordinaria que desde el momento inicial entonan una misma armonía por toda la eternidad (ósea que las mónadas de la manzana sincronizan con mis monadas porque ya estaba programado por Dios que me la comería).

No cabe duda que la metafísica de Leibniz sorprende quizá por ello Bertrand Russell confesó que "la lectura de la metafísica de Leibniz le pareció un fascinante cuento de hadas, coherente tal vez, pero absolutamente arbitrario" y Georg Hegel sostuvo que "la metafísica de Leibniz es como una sarta de afirmaciones arbitrarias que se suceden la una con la otra como una novela metafísica".

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