En Platón la vida de los sentidos se halla separada de la vida del intelecto por un ancho e insuperable abismo. El conocimiento y la verdad pertenecen a un orden trascendental, el reino de las ideas puras y eternas. Aristóteles sostiene que entre ambos reinos existe la misma continuidad ininterrumpida. En la naturaleza, lo mismo que en el conocimiento humano, las formas superiores se desarrollan a partir de las inferiores. Percepción sensible, memoria, experiencia, imaginación y razón se hallan ligadas entre sí por un vinculo común; son etapas diferentes y expresiones diversas de una y misma actividad fundamental, que alcanza su perfección suprema en el hombre. La introspección nos revela tan sólo aquel pequeño sector de la vida humana que es accesible a nuestra experiencia individual pero jamás podrá cubrir el campo entero de los fenómenos humanos.
Hay que diferenciar de Sócrates que sostiene y defiende siempre el ideal de una verdad objetiva, absoluta, universal, pero el único universo que conoce y al cual se refieren todas sus indagaciones es el universo del hombre, su filosofía es estrictamente antropológica; pretende determinar la naturaleza del hombre definiendo cualidades como bondad, justicia, templanza, valor pero nunca se decide a definir ¿qué es el hombre?.
Su discípulo, Platón, sostenía que era imposible implantar la verdad en el alma de un hombre como implantar la facultad de ver en el ciego de nacimiento. La verdad no puede ser obtenida, no es un objeto empírico; hay que entenderla como el producto de un acto social.
En los tiempos modernos fue Blaise Pascal quien estableció como parte de la naturaleza a la geometría y realizó la distinción entre el espíritu geométrico y el espíritu de fineza; el primero se da en aquellos temas que son aptos de un análisis perfecto y objeto de un análisis lógico pero hay cosas que desafían todo tipo de análisis lógico como el espíritu del hombre, ya que su naturaleza es muy variada y versátil.
Por eso al hablar de una filosofía moral en término geométricos es un absurdo, el verdadero elemento de la naturaleza humana es la contradicción, es por ello que solo mediante la religión podemos acercarnos a la naturaleza del hombre. Solo la religión nos revela hechos que no pueden ser explicados de manera racional; la religión es como una lógica del absurdo.
Si hay algo en común entre la metafísica y la religión es el tema de que ambos conciben al universo como un orden jerárquico en el que el hombre ocupa un lugar supremo y de que existe una providencia general que gobierna el mundo y el destino del hombre.
El ser humano desde que hace filosofía ha pretendido ser el centro del universo, propende siempre a considerar el estrecho horizonte en el que vive como el centro del universo y a convertir su vida particular y privada en pauta del universo, es Montaigne quien mediante su teoría filosófica baja al hombre de esa nube; la filosofía y ciencia moderna tienen que probar que la nueva cosmología no debilita la razón humana sino que la confirma.
Giordano Bruno califica a lo infinito como la inmensurable e inagotable abundancia de la realidad y el poder ilimitado del intelecto humano, así interpreta la teoría de Copérnico: autoliberación del hombre, ya no vive en el mundo como prisionero encerrado entre las estrechas murallas de un universo físico finito. El universo infinito no pone límites a la razón humana, por el contrario, es un gran incentivo para ella.
Posteriormente con Charles Darwin el pensamiento moderno se libera de la ilusión de las causas finales (Aristóteles) y se esfuerza por comprender la estructura de la naturaleza orgánica apelando a causas materiales: No existen especies separadas, no hay más que una corriente continua e ininterrumpida de vida. La teoría de la evolución ha destruido los límites arbitrarios entre las diversas formas de vida orgánica.
A partir de ese momento la filosofía moderna gira hacia un gran cambio, en donde se tiene que demostrar que la vida cultural del hombre también se reduce a un pequeño número de causas generales, las mismas que para los fenómenos físicos que para los llamados espirituales.
Tenemos que encontrar en la complicada madeja de la vida humana la oculta fuerza motriz que pone en movimiento todo el mecanismo de nuestro pensamiento y voluntad.
Si hay algo en común entre la metafísica y la religión es el tema de que ambos conciben al universo como un orden jerárquico en el que el hombre ocupa un lugar supremo y de que existe una providencia general que gobierna el mundo y el destino del hombre.
El ser humano desde que hace filosofía ha pretendido ser el centro del universo, propende siempre a considerar el estrecho horizonte en el que vive como el centro del universo y a convertir su vida particular y privada en pauta del universo, es Montaigne quien mediante su teoría filosófica baja al hombre de esa nube; la filosofía y ciencia moderna tienen que probar que la nueva cosmología no debilita la razón humana sino que la confirma.
Giordano Bruno califica a lo infinito como la inmensurable e inagotable abundancia de la realidad y el poder ilimitado del intelecto humano, así interpreta la teoría de Copérnico: autoliberación del hombre, ya no vive en el mundo como prisionero encerrado entre las estrechas murallas de un universo físico finito. El universo infinito no pone límites a la razón humana, por el contrario, es un gran incentivo para ella.
Posteriormente con Charles Darwin el pensamiento moderno se libera de la ilusión de las causas finales (Aristóteles) y se esfuerza por comprender la estructura de la naturaleza orgánica apelando a causas materiales: No existen especies separadas, no hay más que una corriente continua e ininterrumpida de vida. La teoría de la evolución ha destruido los límites arbitrarios entre las diversas formas de vida orgánica.
A partir de ese momento la filosofía moderna gira hacia un gran cambio, en donde se tiene que demostrar que la vida cultural del hombre también se reduce a un pequeño número de causas generales, las mismas que para los fenómenos físicos que para los llamados espirituales.
Tenemos que encontrar en la complicada madeja de la vida humana la oculta fuerza motriz que pone en movimiento todo el mecanismo de nuestro pensamiento y voluntad.
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