La obra fundamental de Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, escrita cuando el autor contaba veintitantos años, fue publicada en 1818, y un segundo volumen complementario salió en 1844. Obra arrolladora y de amplios horizontes, brinda observaciones penetrantes sobre lógica, ética y epistemología, sobre la percepción, las ciencias, las matemáticas, la belleza, el arte, la poesía, la música, la necesidad de la
metafísica y las relaciones del hombre con los otros y consigo mismo.
La condición humana está pintada en sus páginas en sus aspectos más sombríos: la muerte, la desolación, el sinsentido de la vida y el sufrimiento inherente a la existencia. Muchos estudiosos opinan que, con la sola excepción de Platón, hay en la obra de Schopenhauer más ideas que en la de cualquier otro filósofo.
Schopenhauer a menudo expresó el deseo y la esperanza de que se lo recordara siempre por esta obra magnífica. En los últimos años de su vida publicó, en dos volúmenes, un conjunto de ensayos y aforismos filosóficos al que puso por título Parerga y Paralipómena, que en griego significa "obras sueltas y complementarias".
En vida de Arthur la psicoterapia no existía aún, pero hay mucho en sus escritos que tiene que ver con ella. Sus trabajos principales se iniciaron con una crítica y ampliación de la obra de Kant, quien había revolucionado la filosofía diciendo que no percibimos la realidad sino que la construimos. Kant sostenía que los datos que nos aportan los sentidos son filtrados luego por el sistema neurológico y reestructurados allí para constituir lo que llamamos realidad, algo que de hecho, es una especie de quimera, una ficción que engendra nuestra mente al conceptuar y categorizar. De hecho, la causa y el efecto, la secuencia, la cantidad, el espacio y el tiempo son conceptualizaciones, construcciones, no entidades que se encuentran "ahí afuera" en la naturaleza.
Si bien Schopenhauer estaba de acuerdo con que jamás podemos conocer la "cosa en sí", creía con todo que podemos acercarnos a ella más de lo que suponía Kant. En su opinión, el filósofo de Konigsberg no había tenido en cuenta una fuente fundamental de información sobre el mundo percibido (fenoménico): ¡nuestro propio cuerpo! El cuerpo es un objeto material, es algo que existe en el tiempo y el espacio. Y cada uno de nosotros tiene un conocimiento excepcionalmente rico de su propio cuerpo: un conocimiento que no surge del sistema perceptivo y conceptual sino que proviene de nuestro interior, emerge de nuestros sentimientos.
A través de nuestro cuerpo adquirimos conocimientos que no podemos conceptualizar ni comunicar porque la mayor parte de nuestra vida interna nos es desconocida. La reprimimos y no aflora en la superficie de nuestra conciencia porque tomar conocimiento de nuestra índole más profunda (nuestra crueldad, nuestros temores, nuestros apetitos sexuales, nuestra agresividad y nuestro egoísmo) nos causaría una conmoción que no podríamos soportar.
¿Suena conocido todo esto? ¿Se parece a las ideas freudianas sobre el inconsciente, el proceso primario, el ello, la represión y el autoengaño? ¿No está aquí el germen, los orígenes primigenios del psicoanálisis? Recordemos que las obras principales de Schopenhauer se publicaron cuarenta años antes de nacer Freud. A mediados del siglo XIX, cuando Freud apenas era un niño de escuela (lo mismo que Nietzsche, dicho sea de paso), Arthur Schopenhauer era el filósofo más leído de Alemania.
Ahora bien, ¿cómo comprendemos estas fuerzas inconscientes? ¿Cómo las comunicamos a los demás? Si bien es imposible conceptualizarlas, las experimentamos y, en opinión de Schopenhauer, las transmitimos directamente, sin palabras, a través de las artes. De ahí que él consagrara su atención, más que ningún otro filósofo, a las artes, y en especial a la música.
¿Qué dijo Schopenhauer del sexo? Puso bien en claro su opinión de que los impulsos sexuales jugaban un papel decisivo en la conducta humana, y en este aspecto también mostró su intrepidez intelectual: ningún filósofo anterior tuvo la sagacidad (ni el coraje) de escribir sobre la importancia capital del sexo en nuestra vida interior.
¿Y la religión? Schopenhauer fue el primer filósofo de peso que construyó su pensamiento sobre fundamentos ateos. Negó explícitamente y con vehemencia lo sobrenatural argumentando en cambio que vivíamos en el espacio y el tiempo, y que las entidades inmateriales eran construcciones falsas e innecesarias. Aun cuando muchos otros filósofos —como Hobbes, Hume, e incluso Kant— manifestaron su inclinación agnóstica, ninguno de ellos se atrevió a declarar en forma explícita que no creía. En primer lugar, dependían del Estado y de las universidades que los habían contratado y estaban impedidos, por consiguiente, de expresar opiniones en contra de la religión. Schopenhauer, en cambio, jamás tuvo un empleo ni lo necesitó, de modo que gozó de libertad para escribir lo que quería. Por la mismísima razón, un siglo y medio antes, Spinoza se negó a ocupar los altos puestos que le ofrecieron distintas universidades y prefirió ganarse el pan puliendo lentes.
¿Cuáles fueron las conclusiones que extrajo Schopenhauer de su conocimiento interno del cuerpo? Que hay en nosotros, y en toda la naturaleza, una fuerza primaria insaciable que no se da tregua y que él denominó "voluntad". "Dondequiera que miremos en la vida —escribió— observamos ese batallar que representa el núcleo, el “en sí mismo” de todo". ¿Y en qué consiste el sufrimiento? En "entorpecer esa batalla poniendo un obstáculo en el camino de la voluntad hacia su meta". ¿En qué consiste la felicidad, el bienestar? En "alcanzar la meta".
Deseamos, siempre deseamos. Por cada deseo satisfecho que asoma a nuestra conciencia, hay cuando menos otros diez que no lo son y que quedan envueltos en los velos inconscientes. La volición nos impulsa sin tregua pues cada deseo colmado cede al instante su puesto a otro, y otro, y otro, y así durante toda la vida.
Schopenhauer pensaba que, la vida humana da vueltas incesantemente entre el deseo y la saciedad. Pero ¿nos contentamos acaso cuando nos saciamos? ¡Ay!, sólo por muy breve tiempo. Casi enseguida se apodera de nosotros el hastío, y una vez más nos ponemos en movimiento, esta vez para huir de él.
"El trabajo, las preocupaciones, las faenas y los agobios es ciertamente lo que les toca en suerte a casi todos durante la vida. Pero si los deseos se colmaran apenas afloran, ¿en qué ocuparía la vida y emplearía su tiempo la gente? Supongamos que la raza humana se trasladara a un reino de Utopía, donde todo creciera espontáneamente y las palomas volaran, asadas ya para nosotros; donde todos encontraran su amor de inmediato y no tuvieran dificultad en conservarlo; allí los seres humanos morirían de hastío o se ahorcarían o, de lo contrario, la emprenderían unos contra otros, se estrangularían y asesinarían infligiéndose así más dolor que el que ahora les impone la naturaleza" ¿Qué es lo más terrible del hastío? ¿Por qué nos apresuramos a evitarlo? Porque es un estado en el cual no hay nada que nos distraiga, propicio para revelarnos pronto verdades intolerables sobre la existencia: nuestra propia insignificancia, el sinsentido de la existencia y el inexorable camino que nos lleva al deterioro y la muerte…
Entonces, ¿qué es la vida humana sino un Incesante ciclo de deseo, satisfacción, hastío y deseo otra vez? ¿Ocurre lo mismo con todas las formas de vida? La peor situación es la humana, dice Schopenhauer, porque a mayor inteligencia, más grande el sufrimiento.
¿Es que alguien es feliz alguna vez? ¿Se puede ser feliz? Schopenhauer no lo cree. En primer lugar, el hombre nunca es feliz y emplea toda su vida en bregar en pos de algo que, según cree, le dará la felicidad. Pocas veces lo logra y, cuando lo hace, sólo encuentra decepción: al final, es prácticamente un náufrago cuya barca llega a puerto con los mástiles destrozados y las jarcias arrancadas. Entonces, da igual que haya sido feliz o desgraciado porque la vida no es más que el fugaz momento presente, perdido para siempre.
La vida es una pendiente que desciende sin cesar, no sólo brutal sino también caprichosa:
Somos como ovejas que brincan en el campo mientras el carnicero las observa y elige una, y luego otra; pues en los días venturosos ignoramos las calamidades que el destino guarda para nosotros: enfermedades, persecución, pobreza, mutilación, ceguera, locura y muerte.
¿Eran las pesimistas conclusiones de Schopenhauer sobre la condición humana tan intolerables que lo hundieron en la desesperanza? ¿O fue exactamente al revés? ¿Pues su infelicidad la que lo llevó a la conclusión de que habría sido mejor que no existiera la vida humana? Consciente de ese dilema, Schopenhauer a menudo nos recuerda (y se recuerda a sí mismo) que la emoción tiene la capacidad de enturbiar y confundir el entendimiento, que el mundo entero adopta un aspecto sonriente cuando tiene motivos para regocijarse y otro, sombrío y lúgubre, cuando las penas lo abruman.
** Un año con Schopenhauer - Irvin D. Yalom.