12 dic 2017

LO INDEFINIDO Y ACELERADO.

Cuando Baruch Spinoza escribe su Ética la concepción aristotélica del mundo ha sido ya abandonada o está en trance de serlo. En el siglo XVII en el que escribe Spinoza el deseo está abandonando ya esa posición inferior y negativa que tenía en el universo aristotélico, entre otras razones porque en la representación de los europeos de su época no hay ya un mundo inferior o superior y los movimientos sublunar y supralunar aristotélicos se han convertido en un único movimiento.



Dos siglos antes Copérnico había puesto en duda la cosmología que el cristianismo medieval había heredado de Aristóteles, y había desplazado a la tierra del centro del universo pero también había puesto las bases para disolver esa jerarquía de los movimientos que permitía ordenar el deseo en función de un movimiento perfecto y circular y en último término de una instancia final inmóvil (dios). Desplazada la tierra del centro, perdido el ideal de perfección del círculo, el movimiento se liberaba y con él la visión del espacio mismo. El universo dejaba de verse como esa esfera de esferas, cerrada y perfecta y la idea misma de la infinitud, atribuida hasta  entonces por la tradición cristiana al mundo sobrenatural de la divinidad, se traslada a la naturaleza misma. Eso significaba la desaparición del límite, la pérdida del ideal inmóvil, significaba la posibilidad de la expansión sin fin.

Giordano Bruno fue condenado todavía por anticiparse a defender públicamente una representación como ésa. En su libro Sobre los infinitos mundos afirmaba la existencia de un universo que se parece ya más al nuestro que al que tenían en mente los antiguos y los medievales: un mundo infinito en permanente expansión, que se aproxima a las visiones intuitivas de la física contemporánea y a la idea dominante en nuestro mundo, donde el universo se considera en expansión.
Esa idea aceptada y reflejada ya en pleno siglo XVII fue la que le costó la vida a Bruno. Desde que él la formuló de modo casi poético no ha habido avance científico que no la haya corroborado tanto desde el punto de vista de la cosmología como desde otros ámbitos, especialmente desde la física y las matemáticas.
La idea del infinito es asimilada en la modernidad en diferentes materias: como idea del progreso, como algo indefinido que manejaron los filósofos idealistas; de algún modo también en el psicoanálisis, cuando se asevera que el deseo nunca puede encontrar una satisfacción; en economía, cuando se dice que el crecimiento económico no puede detenerse, y aunque no se corresponden exactamente con el infinito matemático y físico, poseen una considerable  afinidad  con  él  y  son  las  que  enmarcan  la  mayor  parte  de  nuestras representaciones cotidianas sobre las cosas.
En la modernidad la naturaleza es sólo un dato, pero ha dejado de ser un principio regulativo y limitador. No hay ya tal cosa, sino crecimiento y aceleración, este universo  tiene  su  premisa  en  el  crecimiento  indefinido  que  podemos  llamar  lo  infinito  de modo  intuitivo.  El  progreso  no  necesita  ya  ser  proclamado,  ni  siquiera  es  ya  un  objetivo, porque  es  nuestro  modo  de  ser.  

Lo cierto es que Spinoza dilucidaba ya un universo mental, un mapa conceptual dominante en el que se había ausentado esa idea de la naturaleza como límite interno dominante, la potencia como principio explicativo era una forma de expresar ese principio dominante con tendencia a la expansión. La naturaleza como principio interior a desaparecido y se ha convertido en simple recurso al que nos dirigimos para agotarlo en función de nuestro deseo interminable e incesante.

5 dic 2017

FALSEANDO EL UNIVERSO.

La crítica más original a la razón humana en su uso especulativo lo hizo Friedrich Heinrich Jacobi al sostener que el hombre al verse inclinado a la investigación del mundo que lo rodea, ante la diversidad e inconstancia de los fenómenos de la naturaleza ha buscado siempre lo permanente, para ello procedió a contrastar los testimonios acerca de las cosas que cada uno de los sentidos aportaba, con el objeto mismo. 

Sin embargo, señala Jacobi, los seres humanos tuvieron que aceptar que únicamente podía atribuirse al objeto aquello que todos los sentidos podían conocer de él. El entendimiento humano se quedó, entonces, con unas pocas nociones: existencia y coexistencia, acción y reacción, espacio y movimiento, conciencia y pensamiento. Sólo estos conceptos podían ser legítimamente atribuidos a los objetos, liberados así de todas las cualidades ocultas. 
Con esto, indica Jacobi, la necesidad especulativa de los seres humanos debería haberse dado por satisfecha. Sin embargo, el ser humano no podía contentarse con ello. La pluralidad y la riqueza de las percepciones, la posibilidad de compararlas entre sí, generan “la necesidad de la abstracción y el lenguaje”. Según Jacobi, la razón abstrae los aspectos comunes de las diferentes percepciones, forma conceptos generales, que se conectan con ciertos sonidos y constituyen el lenguaje. De este modo surge un mundo racional, en el que signos y palabras ocupan el lugar de las sustancias y las fuerzas, afirma. 
Este mundo de la razón, es el resultado de esa necesidad natural de conocer la naturaleza que experimentan todos los seres sensibles. Es el principio mismo de la vida, la necesidad de conservar su propia existencia, lo que lleva a los hombres a la investigación de la naturaleza, a la formación de conceptos abstractos y a la producción de un lenguaje que les permita referirse a esos conceptos generales, ampliarlos y combinarlos entre sí. Ahora bien, el problema es que este proceso pone en evidencia que lo que la razón efectivamente conoce no son los objetos mismos, sino los conceptos que ella misma forma mediante un proceso de des-cualificación a partir de su experiencia sensible sumamente diversa. 
La conclusión de Jacobi es que “nos apropiamos del universo a la vez que lo desgarramos y creamos un mundo de imágenes, ideas y palabras, adecuado a nuestras facultades, totalmente diferente del real y verdadero”. Intentando  aprehender  lo  real  mediante  su  razón especulativa, el hombre fabrica una realidad artificial que pone en lugar de aquella realidad verdadera. El mundo es reemplazado por imágenes, palabras e ideas que, conectadas entre sí, perfectamente acomodadas las unas a las otras, también conforman un mundo, aunque muy alejado del efectivamente real. Conocer es desgarrar la realidad, pues el proceso de conocimiento racional, en vez de acceder a los objetos, produce otra realidad, ésta sí, a la medida de sus propias habilidades. La razón, incluso la más cultivada, no conoce sino poniendo diferencias y volviendo a quitarlas, realizando abstracción de algunos aspectos y conservando otros; sus operaciones no van más allá del ser consciente, reconocer y concebir.
Esta razón se revela, pues, no como una facultad de captar la realidad, sino como una facultad activa que produce la realidad, otra realidad que reemplaza la verdadera, una realidad completamente racional. Lo que los seres humanos producen de esta manera, lo comprenden en la medida en que es su creación; lo que no se deja crear de esta manera, no lo comprenden, sostiene Jacobi. El entendimiento no va más allá de lo que ha producido.

Así pues, explicar el universo racionalmente se revela como una tarea imposible. La condición de posibilidad de la existencia de un mundo, su causa, su fundamento, no puede ser conocido por la razón humana, pues éste se encuentra más allá de sus conceptos, más allá de la conexión entre seres condicionados, más allá de la naturaleza. Buscar explicar la causa de la naturaleza equivale a querer transformar lo sobrenatural en natural o lo natural en sobrenatural. Nuevamente, el juicio de Jacobi es terminante: la razón podrá conocer, concebir, juzgar, conectar cosas de la naturaleza, pero la naturaleza completa no revela al entendimiento que la investiga más que lo que ella misma contiene, esto es, una multiplicidad de seres existentes, modificaciones, juegos de formas. Jamás le mostrará un comienzo verdadero, jamás un principio real de algún ser objetivamente existente. 










LA VIDA ES UN FUGAZ MOMENTO PRESENTE, PERDIDO PARA SIEMPRE.

La obra fundamental de Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación,  escrita cuando el autor contaba veintitantos años, fue publi...