Cuando Baruch Spinoza escribe su Ética la concepción aristotélica del mundo ha sido ya abandonada o está en trance de serlo. En el siglo XVII en el que escribe Spinoza el deseo está abandonando ya esa posición inferior y negativa que tenía en el universo aristotélico, entre otras razones porque en la representación de los europeos de su época no hay ya un mundo inferior o superior y los movimientos sublunar y supralunar aristotélicos se han convertido en un único movimiento.
Dos siglos antes Copérnico había puesto en duda la cosmología que el cristianismo medieval había heredado de Aristóteles, y había desplazado a la tierra del centro del universo pero también había puesto las bases para disolver esa jerarquía de los movimientos que permitía ordenar el deseo en función de un movimiento perfecto y circular y en último término de una instancia final inmóvil (dios). Desplazada la tierra del centro, perdido el ideal de perfección del círculo, el movimiento se liberaba y con él la visión del espacio mismo. El universo dejaba de verse como esa esfera de esferas, cerrada y perfecta y la idea misma de la infinitud, atribuida hasta entonces por la tradición cristiana al mundo sobrenatural de la divinidad, se traslada a la naturaleza misma. Eso significaba la desaparición del límite, la pérdida del ideal inmóvil, significaba la posibilidad de la expansión sin fin.
Giordano Bruno fue condenado todavía por anticiparse a defender públicamente una representación como ésa. En su libro Sobre los infinitos mundos afirmaba la existencia de un universo que se parece ya más al nuestro que al que tenían en mente los antiguos y los medievales: un mundo infinito en permanente expansión, que se aproxima a las visiones intuitivas de la física contemporánea y a la idea dominante en nuestro mundo, donde el universo se considera en expansión.
Esa idea aceptada y reflejada ya en pleno siglo XVII fue la que le costó la vida a Bruno. Desde que él la formuló de modo casi poético no ha habido avance científico que no la haya corroborado tanto desde el punto de vista de la cosmología como desde otros ámbitos, especialmente desde la física y las matemáticas.
La idea del infinito es asimilada en la modernidad en diferentes materias: como idea del progreso, como algo indefinido que manejaron los filósofos idealistas; de algún modo también en el psicoanálisis, cuando se asevera que el deseo nunca puede encontrar una satisfacción; en economía, cuando se dice que el crecimiento económico no puede detenerse, y aunque no se corresponden exactamente con el infinito matemático y físico, poseen una considerable afinidad con él y son las que enmarcan la mayor parte de nuestras representaciones cotidianas sobre las cosas.
En la modernidad la naturaleza es sólo un dato, pero ha dejado de ser un principio regulativo y limitador. No hay ya tal cosa, sino crecimiento y aceleración, este universo tiene su premisa en el crecimiento indefinido que podemos llamar lo infinito de modo intuitivo. El progreso no necesita ya ser proclamado, ni siquiera es ya un objetivo, porque es nuestro modo de ser.
Lo cierto es que Spinoza dilucidaba ya un universo mental, un mapa conceptual dominante en el que se había ausentado esa idea de la naturaleza como límite interno dominante, la potencia como principio explicativo era una forma de expresar ese principio dominante con tendencia a la expansión. La naturaleza como principio interior a desaparecido y se ha convertido en simple recurso al que nos dirigimos para agotarlo en función de nuestro deseo interminable e incesante.